Hay personas que suelen “ir al rescate” de otras a costa de excesivos sacrificios propios. La motivación es recibir cariño, a cambio de una excesiva generosidad en la entrega hacia un otro. Querer complacerlo sin medir las consecuencias, no poder decir que no y sentirse angustiados por hacer algo que no querían son algunas de las características que acompañan estos comportamientos. ¿El resultado? El descuido de uno mismo por buscar complacer a cambio de afecto.
Se trata de personas con una autoestima o valoración de sí mismas muy pobre que desde muy pequeñas aprendieron como estrategia de supervivencia una determinada manera de ser para sentirse queridas. Una especie de “si me porto bien, me van a querer”.
Dar y recibir
“La conducta de cuidar excesivamente a los demás radica en una imposibilidad de pensar en sí mismo, se es egoísta con uno mismo al no detenerse a reflexionar en qué necesito y cuáles son mis deseos”, sostiene la psicóloga y psicoanalista Patricia Montes.
Montes esboza un perfil: “Son aquellos niños sobreadaptados, los que nunca cometen travesuras por el rigor inconsciente del adulto que así lo educa y desde allí han adoptado esa manera de sentirse queridos. Darlo todo al otro para que te devuelvan. Muy pocas veces la sinceridad visita a esas personas y entonces es frecuente escucharlas diciendo: ‘Yo no espero nada’, pero la verdad es que, lógicamente, como es sano en cualquier vínculo humano, dar y recibir tienen que ir a la par”.
En qué casos la timidez es un problema y claves para superarla
“Es una idea errada pensar que ser excesivamente complaciente con otros resuelve vivencias de abandono, porque el otro no nos cuida por lo que hagamos o dejemos de hacer. Nos cuida por cómo somos como persona, más allá de lo que hagamos. Entonces, es común pensar: ‘cuido mucho así me van a cuidar’, pero no necesariamente es así. Cuidar mucho no implica que a uno lo cuiden. La sensación de abandono es tan intensa y, entonces, se hace una cuenta errada. Además, cuando uno da para recibir, las expectativas aumentan muchísimo y nada de lo que uno recibe alcanza. La cuenta de dejar de lado los deseos propios para buscar el amor de terceros, es una cuenta que nunca da el resultado esperado”, explica Marisa Ludmer, psicóloga de niños, adolescentes, adultos y parejas.
Los síntomas emocionales que aparecen en estas personas son la angustia y el temor a ser abandonados por la falta de confianza en ellos mismos, exigencias agresivas e infantiles hacia el ser amado a través de demandas excesivas (desde el control, celos, posesión), conjuntamente con una especie de “devoción”, como si el otro fuera un dios al que tiene que ofrendarse sin límites.
“La idealización constante y permanente en el tiempo no le permite distinguir situaciones de riesgo y manipulación y son más proclives de buscar ese tipo de personalidades. Otro ejemplo es la pérdida de la autenticidad personal, es decir que frente a una exigencia o propuesta del otro no pueden decir que no, dejan de lado sus estudios, sus afectos, familia y amigos. Suelen faltar al trabajo y sus responsabilidades cotidianas de autocuidado como la salud y sus sueños individuales quedan a un plano más lejano”, ejemplifica Silvia Mariana Fecha, especialista en logoterapia.
Muchas veces, este tipo de conflictos no resueltos suelen repercutir en la vida cotidiana. Puede ocurrir que se trate de un tema que aparezca en distintas etapas de la vida y el protagonista logra tener las herramientas para poder canalizarlo. Sin embargo, si esto no ocurre, tal vez, este problema termine por dominar su vida atravesando situaciones de sometimiento sin entender por qué le pasa lo que le pasa.
“Es probable que si no toma conciencia del dolor que le generó la vivencia de abandono en algún momento, esté toda su vida compensando, sometiéndose o repitiendo sin entender por qué. Si tomó conciencia de esa vivencia, algo podrá hacer: o un trabajo resiliente o una actitud social que le permita canalizar la temática cuidado-descuido, pero no a costa de su propio sacrificio”, puntualiza Ludmer.
“A mediano plazo a estas personas les cuesta mucho más adaptarse al mundo y a la realidad, se vuelven muy desconfiadas. La emoción del miedo se hace más persistente, las culpas lapidarias se hacen escuchar como un eco auto-condenatorio despersonalizándose y llevando a culpar a los demás de todo lo que les pasa. Y a nivel físico las dolencias anteriores pasan a ser diagnósticos clínicos tales como trastornos digestivos hasta respiratorios ante la incapacidad de poder poner en palabras y trasmitir sus verdaderos deseos”, agrega Fecha.
¿Cómo salir de este laberinto?
“En general, estas personas necesitan sufrir un golpe emocional muy profundo para plantearse un cambio en su postura, insisten hasta límites muy dolorosos. Cada quien sabe cuál es el suyo. Pero si ‘no das más’, por favor, no des más. Es justamente esa la semilla generadora de tanto dolor, creer que hay que dar para que te quieran. Si no se puede solo, es importante buscar ayuda profesional, un amigo no puede escuchar ni contener en estos casos. ¿Cómo salir adelante? Animándose a conectar con uno mismo, con los deseos, con las angustias, privarse por un tiempo de dar nada a nadie más que a uno mismo. Puede al principio parecer muy difícil, pero es algo que se debe aprender”, recomienda Montes.
“El problema no es la situación terrible que vivamos, sino cómo nos ubicamos frente a ella. En primer lugar, es importante reconocer la emoción en juego. Luego, ver cómo abordarla y cómo tramitarla a fin de que esa situación terrible no lo inunde y arruine la vida, por no haberlo procesado. En general, cuando uno pasó una situación traumática, esa situación tiende a teñir todas las experiencias del mismo color. Sería interesante discriminar experiencias. Es importante darse el espacio para pensar el lugar propio de cada uno en cada vínculo. Estar con otro no implica dejar de ser uno mismo. La idea de reciprocidad por sacrificio, en general no llega a buen puerto”, finaliza Ludmer.