El mundo pierde color, las relaciones se sienten inestables, los objetivos parecen estar lejanos y todo se tiñe de gris. La decepción está a la orden del día y pareciera que nada es suficiente. A veces la angustia genera estas sensaciones y a veces estas sensaciones son las que dan origen a la angustia.
La angustia tiene la función de avisarnos que hay algo que resolver. El problema, es cuando se instala y no es solo una señal, sino que se transforma en sí misma en un habitante cotidiano de nuestra vida. Allí es donde nos atrapa. Tiende a envolvernos, cual víbora que engulle a su presa, y así, nos encierra cada vez más. Si nos estancamos en la angustia, no vamos a poder avanzar.
De ser útil para poder descargar las sensaciones que uno tiene y mostrarnos que algo no está tranquilo adentro nuestro, pasa a ser una cárcel.
Propongo poder escuchar la angustia, alojarla, darle lugar, entender a cuenta de que surge, de que frustración o de que dolor y hacer algo con ella, para que no nos termine ahogando. Cuando uno registra la angustia e hizo algo con esa sensación, enfrentando lo que tenemos que enfrentar, la situación no se resolvió, pero aparece el alivio.
Tenemos el trabajo de ver qué hacer con lo que sentimos y qué nos está pasando para que aparezca este sentimiento. Qué nos está molestando o doliendo y tenemos que cambiar para que la angustia desaparezca.
Lic. Marisa Ludmer