Nos despertamos y las sensaciones nos invaden. Esas que intentamos mantener a raya durante el día, en la noche, aparecen con toda su intensidad. Ya sea entre sueños o través del insomnio, aparecen, no sabemos qué hacer y ahí surge la angustia.
Las sensaciones son el sensor/fusible de nuestro corazón. Nos muestran que algo pasa, que sentimos y tenemos que hacer algo con eso. El problema es que a veces no sabemos qué ni cómo. Otro problema, es que las sensaciones no son algo tangible, aunque sí, muy sensible, entonces nos encontramos con un malestar que no sabemos bien cómo decodificar. Vale aclarar, que las sensaciones no son siempre displacenteras, pero en este caso, me refiero a ellas.
Darles lugar, hablarlas, ubicarlas y registrarlas, ayuda en el procesamiento de las mismas. Y ahi surge la pregunta de si las sensaciones son displacenteras o simplemente son y es nuestra mente, las que les agrega el adjetivo de displacenteras.
Allí aparece el tema de la perspectiva, depende donde nos ubiquemos, eso que sentimos, tendrá un color u otro.
El escrito se va develando en capas, así como las sensaciones. De una gran intensidad a diversos pétalos, que se van abriendo y van permitiendo hacer algo con esa intensidad inicial. Por suerte existe la posibilidad de poner palabras a las emociones y a partir de allí, darles sentido y ubicación en algún lugar de nuestra vida y entonces, el día puede transcurrir, esperando que a la noche, no nos sobresalten, ya que no intentamos mantenerlas a raya, sino que las procesamos.
Lic. Marisa Ludmer